Solitarios en Nueva York

A todos aquellos que me acompañaron a descubrir Nueva York, ellos saben los que son.
Siempre iba buscando la imagen del puente Brooklyn que aparecía en Manhattan de Woody Allen y al final la encontré. Justo al otro lado de la isla y que no hacía falta tener una guía delante para reconocer tantos lugares que continuamente veíamos en el cine, la literatura, la historia, los libros.
Me escapé por unos instantes y comencé a correr por el puente Brooklyn que curiosamente tenía una parte peatonal. Cuando llegué al otro lado del puente, Manhattan se veía como una pequeña ciudad que te devoraba con su belleza. Aquella tarde, estuve sólo, pensando, imaginando, soñando, veía cómo aquel barrio de Nueva York del que tanto había oído hablar, me hipnotizaba aquella tarde de verano. La metrópolis estaba teniendo uno de sus veranos más calurosos, una ola de calor que había afectado al este de Norteamérica en las últimas semanas. Así lo viví en mi modesta habitación de Toronto que no tenía aire acondicionado y dónde solamente el wi-fi me comunicaba con el resto del mundo. Alguien me dijo por el msn que aquella ola de calor estaba siendo muy peligrosa.
En Nueva York fueron unos días muy intensos, y aquella tarde en el parque Brooklyn solamente quería que mis pensamientos navegasen, iba buscando la imagen del cartel de la película del director más extrovertido del cine, había tiempo para tomarse un helado y que te respondieran en español, sentarte de nuevo, dejar el tiempo pasar y perderte por Manhattan. Comencé a ver una tormenta a lo lejos, el paisaje cobraba una luz maravillosa y el sol se ocultaba detrás de las nubes de ceniza, colores rosados y naranjas se quedaron eternas en la cámara digital y me vino así la lluvia que derretía todos los sueños de aquella tarde y anocheció. Fui corriendo a un puente de metal que había cerca del parque y me encontré con un extraño señor que llevaba todos los días a jugar a su hijo a aquel parque. La escena de Sara y Miss Lunatic se había hecho realidad y se reflejaba en los charcos que había diseñado aquella lluvia torrencial, nos montamos en el metro y nos despedimos después de muchas estaciones, dio tiempo para contarnos nuestras vidas y darnos cuenta que todos los solitarios se encuentran en cualquier ciudad, con una sonrisa y un hasta siempre nos despedimos.
Aquello fue el antecedente a que los protagonistas de nuestra historia se conocieran, porque al día siguiente llegaba la soledad de una chica colombiana, que iba a pasar sus vacaciones con uno de sus mejores amigos de la infancia y que vivía en Nueva York hacía mucho tiempo, que hacía arepas por las mañanas para desayunar y que daba equilibrio a aquella pandilla que formamos de repente. Nuestra guía neoyorquina venía de otra historia, una chica que acababa de separarse con su marido y que nunca había paseado por la quinta avenida y un antiguo novio de esta chica, que había venido a visitarla y tal vez a revivir aquel amor que nunca habían podido vivir, así nos conocimos todos y vimos Manhattan desde la estatua de la libertad, esta vez todos juntos, huyendo de aquella soledad que nos perseguía a los cuatro.
Me escapé por unos instantes y comencé a correr por el puente Brooklyn que curiosamente tenía una parte peatonal. Cuando llegué al otro lado del puente, Manhattan se veía como una pequeña ciudad que te devoraba con su belleza. Aquella tarde, estuve sólo, pensando, imaginando, soñando, veía cómo aquel barrio de Nueva York del que tanto había oído hablar, me hipnotizaba aquella tarde de verano. La metrópolis estaba teniendo uno de sus veranos más calurosos, una ola de calor que había afectado al este de Norteamérica en las últimas semanas. Así lo viví en mi modesta habitación de Toronto que no tenía aire acondicionado y dónde solamente el wi-fi me comunicaba con el resto del mundo. Alguien me dijo por el msn que aquella ola de calor estaba siendo muy peligrosa.
En Nueva York fueron unos días muy intensos, y aquella tarde en el parque Brooklyn solamente quería que mis pensamientos navegasen, iba buscando la imagen del cartel de la película del director más extrovertido del cine, había tiempo para tomarse un helado y que te respondieran en español, sentarte de nuevo, dejar el tiempo pasar y perderte por Manhattan. Comencé a ver una tormenta a lo lejos, el paisaje cobraba una luz maravillosa y el sol se ocultaba detrás de las nubes de ceniza, colores rosados y naranjas se quedaron eternas en la cámara digital y me vino así la lluvia que derretía todos los sueños de aquella tarde y anocheció. Fui corriendo a un puente de metal que había cerca del parque y me encontré con un extraño señor que llevaba todos los días a jugar a su hijo a aquel parque. La escena de Sara y Miss Lunatic se había hecho realidad y se reflejaba en los charcos que había diseñado aquella lluvia torrencial, nos montamos en el metro y nos despedimos después de muchas estaciones, dio tiempo para contarnos nuestras vidas y darnos cuenta que todos los solitarios se encuentran en cualquier ciudad, con una sonrisa y un hasta siempre nos despedimos.
Aquello fue el antecedente a que los protagonistas de nuestra historia se conocieran, porque al día siguiente llegaba la soledad de una chica colombiana, que iba a pasar sus vacaciones con uno de sus mejores amigos de la infancia y que vivía en Nueva York hacía mucho tiempo, que hacía arepas por las mañanas para desayunar y que daba equilibrio a aquella pandilla que formamos de repente. Nuestra guía neoyorquina venía de otra historia, una chica que acababa de separarse con su marido y que nunca había paseado por la quinta avenida y un antiguo novio de esta chica, que había venido a visitarla y tal vez a revivir aquel amor que nunca habían podido vivir, así nos conocimos todos y vimos Manhattan desde la estatua de la libertad, esta vez todos juntos, huyendo de aquella soledad que nos perseguía a los cuatro.
Comentarios
escribir mis memorias sería un trabajo muy extenso que me llevaría mucho tiempo, pero todo va poco a poco...Sobre la soledad, comentarte que precisamente necesitamos de ella si queremos reflexionar sobre nuestra vida y lo que les unía a los protagonistas de nuestra historia es que tuvieron que parar sus vidas en Manhattan y pasear con gente desconocida para retomar de nuevo el rumbo, cada uno por sus circunstancias. Esa es la paradoja, necesitaban la soledad y la distancia, pero a su vez de gente desconocida para compartir aquella soledad.
Mientras que te decides a publicar tus memorias (porque podrías tenerlas ya escritas...) nos conformaremos con estos pequeños adelantos.
Un saludo.¡Y espero que dosifiques tu soledad!
Cuando me paré en la pasarela peatonal del puente o en medio de Times Square fue como si ya hubiera estado allí antes, una sensación de volver a casa después de muchos años, deliciosa.
Gracias por tu visita.